EL NIÑO
Lo
dejaron en la cuna de ausencias:
abrazos
no,
susurros
no,
risas
no.
Es
helada la cuna.
Nadie
mece la cuna.
Es
de rejas la cuna.
No
rodean la cuna.
Es
la jaula la cuna.
¡Ay
del pequeño de voz grave!
Lo
soltaron en el pozo sin fondo
y
se abismó.
Su
grito no apiadó.
Ya
se hundió.
Hoy
cruje en sus dientes la revancha del desprecio:
el por qué no.
Camina
a oscuras, por barrancas, sin puentes.
Camina
y se lastima:
para
qué me parió.
El
niño quiere vengarse,
el
niño arranca los cables,
devora
y lucha,
comienza
a odiar.
No
quiere callarse,
no
quiere caricias,
no
quiere ser hijo,
ni
hombre, ni padre.
Solamente
quiere correr a estrellarse.
Corre
por la vía,
topa
con el tren,
lo
atraviesa entero y –la cabeza gacha-
corre
hasta aplastarse;
no
sabe volver.
Pobre
bebé ahorcado,
no
pudo querer,
lo
aturdieron golpes,
la
lluvia lo ahogó.
Un
canto se apaga, se aleja, se va.
Desierto
morado mora en su lugar.
Tormentas
de arena,
pastosos
sonidos,
la
mano reseca en una cuerda sola
tañe
requiem, requiem
del
niño parido.
Del
niño parido queda alguna luz,
no
aquella de fiesta que podría haber sido,
sino
una luz parda, azotada y seca,
que
a veces alumbra con intermitencias,
que
apenas alienta,
que
en sus manos lleva,
que
su amor ofrece,
rengo,
manco, enano.
Amor
desnutrido:
no
quiso, no supo, no pudo crecer.
Etiquetas: Textos
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